Sin educación masiva no hay cultura, ni siquiera de élites; no hay patriotismo, no hay vida civilizada en comunidad, no hay democracia ni desarrollo económico. El autor critica la mala calidad de la educación chilena y el que se destine un porcentaje tan alto del presupuesto estatal —algo más de 30% hasta hace poco— a la educación universitaria que beneficia a una minoría, en circunstancias que la educación básica es sumamente deficiente. La alta educación debe ceder el paso a la enseñanza masiva. No como cuestión de superioridad, sino como cuestión de prioridad. Es cierto que la enseñanza superior forma élites que devuelven a la sociedad, multiplicados, los beneficios educacionales de ella recibidos. Pero tal argumento sólo será valedero el día en que quienes hoy —por insuficiencia de recursos estatales— carecen de educación básica y media, o la tienen de mala calidad, vean subsanada su desventaja. Hasta que eso suceda, les sonará sin duda a burla, a amarga ironía, ser postergados en su legítimo anhelo de educación mínima o media para que otros —no más meritorios— la obtengan, asciendan luego a la alta educación v puedan así beneficiar hipotéticamente a la sociedad.