La mayor reclusión es la exclusión de la palabra, es la renuncia a la escucha al otro, es la exclusión de los otros. Con ello se vería afectado el derecho a su singularidad ("nadie dirá tu palabra, nadie vivirá tu vida, nadie morirá tu muerte"). Esa palabra que tal vez siempre nos falta, que nos viene del otro, nos plantea el problema de hasta qué punto nuestras propias palabras son en su entonación y en su verdad un afecto que nos vincula y nos incorpora o reincorpora a la comunidad, a la sociedad. Dirijámonos a los reclusos con respeto a su dignidad. Sin ello la rehabilitación será una quimera. Y despojados de esa experiencia no hallarán sociedad en la que reinsertarse(*).
(*) Clausura del curso de formación inicial del Cuerpo Superior de Técnicos de Instituciones Penitenciarias, Intervención de D. Ángel Gabilondo, Revista de Estudios Penitenciarios n.o 266-2024 / PÁG. 213.