La referencia a las estatuas como símbolo de la inmovilidad parece cambiar radicalmente de signo a juzgar por el peregrinaje de muchas de ellas hasta encontrar un emplazamiento que parezca adecuado a las autoridades de turno. Por si fuera poco las chocantes vicisitudes de alguna escultura ecuestre del general pone de realce esa vieja costumbre española de emprenderla a mamporros con los testimonios del pasado. También en Madrid, aunque en ocasiones por motivos más jocosos, ha sido frecuente esta curiosa movida de lo inmóvil, sin que se acabe por caer en la cuenta de que el mejor destino de las estatuas es, sin duda, dejarlas donde están.