Nadie nace fanático, pero muchas personas se convierten progresivamente en fanáticos. Incluso en tiempos de paz puede aparecer el fanatismo, esa forma extrema del espíritu de guerra. ¿Cómo nos volvemos fanáticos, es decir, cómo nos confinamos en un sistema cerrado e ilusorio de percepciones e ideas sobre el mundo exterior y sobre nosotros mismos? Para evitar caer en esta radicalidad, la enseñanza debería ponerse manos a la obra sin demora para otorgar una serie de conocimientos que permitan detectar esas ilusiones. Mediante la reforma de la enseñanza podríamos, de este modo, llegar a reconocer de algún modo la ceguera a la que conduce el espíritu de guerra y prevenir, en parte, los procesos que conducen a los adolescentes hacia el fanatismo.